Tengo el blog muy olvidado, pero tengo muy buenas razones. Mucho curro en la escuela de arte, fuera de ella y preparando muchas cosas en los pocos ratos libres que tengo. A lo único que le estoy dando vidilla es a Instagram, así que si queréis estar al día de lo que voy haciendo, podéis echar un vistazo en @bensusi.
1.4.15
4.3.15
17.2.15
Mis 10 planos secuencia favoritos.
1. "Sed de mal", Orson Welles, 1958.
2. "Weekend", Jean-Luc Godard, 1967.
3. "El secreto de sus ojos", Campanella, 2009.
4. "Armonías de Werckmeister", Béla Tarr, 2000.
5. "Ojos de serpiente", Brian de Palma, 1998.
6. "Amanecer", Murnau, 1927.
7. "El pasajero", Antonioni, 1976.
8. "Paisaje en la niebla", Angelopoulos, 1988.
9. "Magnolia", Paul Thomas Anderson, 1999.
10. "El verdugo", Berlanga, 1963.
16.2.15
Inspiración #3.
Últimamente, en los pocos ratos libres que tengo, estoy dibujando mucho. Estoy llenando libretas y folios viejos de bocetos e ideas locas que espero que algún día puedan ver la luz en forma de cuadros. Como soy un manta con la perspectiva y el dibujo artístico, me sirve mucho de inspiración el trabajo de esta gente. Me anima ver que sólo teniendo buenas ideas se puede hacer algo interesante sin necesidad de ser un hacha con la profundidad, las sombras, las texturas y la perspectiva.
Erik Winkoski. |
Carla Fuentes. |
María Melero. |
Eduardo Arroyo. |
Quentin Chambry. |
Giuda-pa. |
AMTK10. |
Andy Warhol. |
Carla Barth. |
Enrique Barco. |
Henry Rousseau. |
Laura Ferrara. |
Lazy Bones. |
Joan Miró. |
Morimoto Shohei. |
Lie Dirkx. |
12.2.15
Inspiración #2.
Atín Aya. Uno de los mejores fotógrafos de nuestra tierra y para mí un referente a nivel de equilibrio de sombras, composición y retrato. Al parecer también sirvió de inspiración -a veces demasiado descarada- para Alberto Rodríguez y su "La isla mínima". Muchos goyas para la película y poco agradecimiento a este gran fotógrafo andaluz del que han tomado planos prácticamente calcados. Aquí tenéis una muestra de su trabajo.
1.2.15
Tailandia. El viaje.
Todo empezó con algo de dinerillo que teníamos ahorrado, con las ganas de irnos lejos de aquí en Navidad y con encontrarnos con una oferta de vuelo directo bastante asequible a un destino que nunca nos habíamos planteado. Hablando con algunos amigos que habían estado, nos decían que estar por allí era muy barato, tanto comer como desplazarte por las ciudades, hacer excursiones o incluso pillar vuelos internos. Eso unido a la posibilidad de descubrir y conocer una nueva cultura y experiencias, hizo que nos tirásemos a la piscina.
Sólo llevábamos el vuelo y el hotel de la primera noche, el resto, nada: ni hoteles, ni ruta definida, ni excursiones, ni desplazamientos; sólo una guía de Tailandia casi sin leer, una mochila, 4 camisetas, un bañador, una chanclas, anti-mosquitos y Fortasec (aún no entiendo cómo no nos hizo falta). A decir verdad, no esperaba mucho de este viaje, pero no sabía cuánto me iba a equivocar.
La aventura comenzó en Bangkok: caos, ruido, tráfico, desorden, olores, mierda, templos, mercados, comida por todos lados, túk-túk, calor, picante, gente amable, taximeter please, fin de año, barcos, excursión a Ayutthaya, budas, rezos, descalzarse, curso de cocina, comer casi regalado y mucho más.
Después de varios días en la capital, pillamos un tren hacia Chiang Mai, al norte del país. Tanto los transportes como las habitaciones las pillábamos con el móvil la noche anterior donde cogiésemos wi-fi. Fueron más de 15 horas en un tren en el que la gente subía y bajaba en marcha, en el que cagabas directamente a las vías, en el que dormimos en literas del tamaño de un ataúd y en el que la comida se preparaba en el baño. Unos días en Chiang Mai en los que, entre otras cosas, tuvimos la experiencia de apadrinar durante un día a un elefante y cuidarlo, darle de comer, aprender a montarlo a pelo, pasearlo por la selva y darle un baño en un río. De verdad, increíble.
Después pillamos un vuelo al sur del país, a las islas. Estuvimos algo más de una semana entre la zona de Krabi (Ko Phi Phi, Railey y otras maravillas) y la zona de Ko-Tao. Al llegar a esta última isla, de noche, ya casi sin dinero para pasar varias noches y comer, una señora del pueblo nos debió ver la cara y nos alquiló una habitación detrás de su tienda (una especie de 20 duros de allí) por 3 euros al día. Era un habitación minúscula con un colchón en el suelo, tres cuadros de flores, una balda en la pared y la foto del rey, pero estaba limpia y nos salvó el viaje. Desde aquí, gracias a esa señora. Todo lo que diga de las islas es poco. Es como estar constantemente en un fondo de pantalla del ordenador: aguas cristalinas, palmeras, bucear de noche, cenar en una cutre barbacoa en una isla minúscula que rodeas en 2 minutos, trepar por riscos para tirarte al agua, alquilar una moto (2 euros diarios) para descubrir todos los rincones de la isla, buscar playas entre la jungla, perder el móvil en el fondo del Índico y conocer a mucha gente maravillosa.
Antes de hacer el viaje pensaba que traería fotos increíbles, pero una vez allí, estás con la boca abierta todo el rato y los ojos como platos intentado asimilarlo todo y no tienes tiempo ni ganas de preocuparte por sacar fotos decentes, así que lo siento por vosotros.
En definitiva, un viaje en el que hemos disfrutado como enanos, en el que nos hemos llenado de experiencias y que quedará como uno de los mejores viajes de nuestra vida. Por ahora.
Sólo llevábamos el vuelo y el hotel de la primera noche, el resto, nada: ni hoteles, ni ruta definida, ni excursiones, ni desplazamientos; sólo una guía de Tailandia casi sin leer, una mochila, 4 camisetas, un bañador, una chanclas, anti-mosquitos y Fortasec (aún no entiendo cómo no nos hizo falta). A decir verdad, no esperaba mucho de este viaje, pero no sabía cuánto me iba a equivocar.
La aventura comenzó en Bangkok: caos, ruido, tráfico, desorden, olores, mierda, templos, mercados, comida por todos lados, túk-túk, calor, picante, gente amable, taximeter please, fin de año, barcos, excursión a Ayutthaya, budas, rezos, descalzarse, curso de cocina, comer casi regalado y mucho más.
Después de varios días en la capital, pillamos un tren hacia Chiang Mai, al norte del país. Tanto los transportes como las habitaciones las pillábamos con el móvil la noche anterior donde cogiésemos wi-fi. Fueron más de 15 horas en un tren en el que la gente subía y bajaba en marcha, en el que cagabas directamente a las vías, en el que dormimos en literas del tamaño de un ataúd y en el que la comida se preparaba en el baño. Unos días en Chiang Mai en los que, entre otras cosas, tuvimos la experiencia de apadrinar durante un día a un elefante y cuidarlo, darle de comer, aprender a montarlo a pelo, pasearlo por la selva y darle un baño en un río. De verdad, increíble.
Después pillamos un vuelo al sur del país, a las islas. Estuvimos algo más de una semana entre la zona de Krabi (Ko Phi Phi, Railey y otras maravillas) y la zona de Ko-Tao. Al llegar a esta última isla, de noche, ya casi sin dinero para pasar varias noches y comer, una señora del pueblo nos debió ver la cara y nos alquiló una habitación detrás de su tienda (una especie de 20 duros de allí) por 3 euros al día. Era un habitación minúscula con un colchón en el suelo, tres cuadros de flores, una balda en la pared y la foto del rey, pero estaba limpia y nos salvó el viaje. Desde aquí, gracias a esa señora. Todo lo que diga de las islas es poco. Es como estar constantemente en un fondo de pantalla del ordenador: aguas cristalinas, palmeras, bucear de noche, cenar en una cutre barbacoa en una isla minúscula que rodeas en 2 minutos, trepar por riscos para tirarte al agua, alquilar una moto (2 euros diarios) para descubrir todos los rincones de la isla, buscar playas entre la jungla, perder el móvil en el fondo del Índico y conocer a mucha gente maravillosa.
Antes de hacer el viaje pensaba que traería fotos increíbles, pero una vez allí, estás con la boca abierta todo el rato y los ojos como platos intentado asimilarlo todo y no tienes tiempo ni ganas de preocuparte por sacar fotos decentes, así que lo siento por vosotros.
En definitiva, un viaje en el que hemos disfrutado como enanos, en el que nos hemos llenado de experiencias y que quedará como uno de los mejores viajes de nuestra vida. Por ahora.